La vida es evolución y,
por lo tanto, la educación también ha de serlo. Pero no porque sea
necesario, se propugne desde un paradigma educativo o esté en los
contenidos de un curso, sino porque si el entorno cambia, desde una
perspectiva darwiniana debemos adaptarnos a él.
Y nuestro entorno cambia;
siempre lo ha hecho pero, en los últimos 20 años, lo hace a un
ritmo que nos cuesta asimilar.
Parece obvio que la
educación deba cambiar a tal ritmo ya que es la encargada de dar
respuestas a nuestros “clientes”, los alumnos.
Creo, por primera vez en
este curso, que voy a estar totalmente de acuerdo con lo planteado
(cosa que no estoy muy seguro que sea positiva, ya que de la
divergencia surge el avance): la educación necesitaba, necesita y
necesitará incidir en el hacer, en el crear, en el buscar... más
que en el memorizar.
Pero
no cantemos victoria; Tamara Díaz coincide conmigo (es una pincelada
de ego, en realidad yo coincido con ella) en que “esto
tampoco significa que la utilización de estrategias como la
memorización o la repetición no puedan ser empleadas, útiles y
necesarias, sino que, por si solas, no son capaces de producir
aprendizajes significativos.”
Atención,
no hay que olvidar el aspecto formal del aprendizaje. He insistido
varias veces a lo largo del curso: nuestros alumnos pueden ser todo
lo nativos digitales que queramos, pueden tener otros intereses y se
pueden sentir atraídos por otras realidades más o menos virtuales,
tienen el conocimiento en sus móviles, iPads y ordenadores... pero
finalmente deben leer más que nosotros, los de la era del libro,
entender más que nosotros, los de la TV, y manejar
más información que nosotros, los de la enciclopedia.
Atención,
que la tarea es titánica: a mayor cantidad de información, mayor
necesidad cerebral de asimilación y acomodación. Y voy a dejar de
hablar en tercera persona, porque todos viajamos en el mismo barco.
Lo
que trato de decir es que el aprendizaje competencial es el que debe
conducirnos a todos (porque los profesores seguimos siendo aprendices
en un aprendizaje a lo largo de toda la vida) a comprender,
interpretar, manipular, interiorizar y transformar el mundo que nos
ha tocado vivir. De otra manera, seremos fagocitados por él, no
desde una visión apocalíptica, sino mucho más mundana: por sus
dirigentes políticos, económicos y financieros.
Pero
el aprendizaje competencial, no lo olvidemos, también incluye lo
cognitivo y lo reflexivo; también lo creativo, kinestésico, verbal,
matemático...
sí, pero también, insisto, lo cognitivo.
Todos
conocemos alumnos que, más allá de la rebeldía o inconformismo
juveniles, se muestran abrumados, apáticos y afrentados ante
cualquier propuesta de trabajo que implique, simplemente, leer. No
seamos ingenuos pensando que es el soporte (libro) el que provoca
esta situación. Hagámosles leer lo mismo en una pantalla: misma
respuesta. Démosles la lectura en forma de vídeo YouTube: igual.
Porque no es el soporte, sino el contenido el que abruma, pesa o no
gusta.
El
contenido es el contenido de una manera o de otra y hay aspectos que
solo se interiorizan tras un aprendizaje ¿podemos decir formal? Y
formal puede ser a través de un iPad. Pero con reflexión e interés.
Regresando
al principio de mi exposición, considero la enseñanza-aprendizaje
competencial como la única posible para este nuestro mundo (en
realidad para cualquier mundo y época) pero sigo negándome a vaciar
de contenido ciertas esferas de la educación ya que, insisto, la era
digital nos exige mucho más de comprensión, asimilación y
acomodación que la analógica.
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