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lunes, 27 de enero de 2014

Módulo 2. Unidad 1 - Actividad 2. LOGO Y EL CONSTRUCTIVISMO

En honor a la verdad, no conocía demasiado antes de este curso sobre el lenguaje LOGO.
Por seguir sincerándome, quizá por ignorancia y desconocimiento, diré que, en un primer momento, no entendía muy bien qué se pretende con su inclusión en los contenidos del mismo.

Y digo en un primer momento porque justamente en su conexión lógica con el constructivismo es donde le encuentro el sentido que quizá sea el que se le otorga dentro de este maremágnum de paradigmas, corrientes y enfoques didácticos.

Debo decir que sigo sin conocer demasiado sobre él; he indagado, he leído los materiales aportados y he visto los vídeos; treinta y tantos años son demasiados para cualquiera pero, especialmente, para máquinas y aplicaciones informáticas. Visto de esta manera, puede parecer cómico hoy día el uso de esas computadoras con tarjetas gigantes, ranitas y órdenes elementales. Pero no es culpa del programa, al contrario, es culpa de nuestra altivez y falta de memoria, ya sea por la corta edad de algunos -no es mi caso- o por lo rápido que olvidamos los cimientos de nuestros logros humanos.

Y es en esa dirección donde querría incidir: con lo poco que sé de LOGO he llegado a la conclusión de que, precisamente, se trata de una tecnología, concepto o filosofía en la que se basa buena parte de la informática educativa actual: el hombre SOBRE la máquina, no al contrario (cosa que está ocurriendo en la actualidad, quizá por esa falta de memoria aludida)
Es precisamente en la entrevista a Fernández Long donde éste da la clave, a mi entender, no de LOGO, sino de las TIC al servicio de le educación: máquinas hechas y programadas por el hombre para el servicio del hombre, para una CONSTRUCCIÓN de su aprendizaje, de sus adquisiciones, no para una imposición mecánica y simplista sobre él, que vacíe de contenido su uso y, en última instancia, nos acerque de nuevo al enfoque behavorista, como planteo en mi mapa conceptual.


Justamente, en el blog de Cavallo, se dan unas claves de algo sobre lo que yo vengo abundando a lo largo de este curso que nos ocupa:
En los 80 debíamos luchar por el deslumbramiento que el objeto tecnológico producía  /... /, hoy tenemos que luchar con la banalización del objeto tecnológico, su uso extensivo y utilitario.”
Esa es mi insistencia: la banalización que la sobreestimulación y la ingente cantidad de aparatos y novedades que cada día estrenamos (en otro momento podríamos hablar de la basura industrial) produce en el hecho educativo. Insistiendo en mis trabajos y autocitándome “¿Asimilamos o aprendemos a manejar, sin más?”
Seguramente mi opinión no sea muy tomada en cuenta, pero Cavallo, coordinador de computación en el Colegio Bayard, bastión del LOGO, escribe: “...yo transferiría esta valoración a la Internet, el espolón de proa  de la mediocridad educativa.

Así, pues, aunque me encuentro en el punto de partida de esta tarea-reflexión (sigo sin conocer mucho de LOGO), sí que considero este tipo de
herramientas como las precursoras, si no tecnológicas sí conceptuales, de los logros y avances que tenemos actualmente.

A un investigador, Fernández Long, se le ocurrió utilizar computadoras para aprender, pero con un ligero -inmenso- matiz: no va a aprender el niño de ella (conductismo) sino, al contrario, ella del niño, ya que éste le va a dar las órdenes y consignas -estrategias- necesarias para lograr un objetivo X (constructivismo)

domingo, 26 de enero de 2014

MAPA CONCEPTUAL SOBRE LOS PARADIGMAS EDUCATIVOS


Make your own mind maps with Mindomo.

MÓDULO 2, UNIDAD 1, ACTIVIDAD 1: REFLEXIÓN FINAL DE MI MAPA CONCEPTUAL.

Si ha llegado aquí a través del enlace en mi mapa conceptual sobre los paradigmas educativos quizá se haya dado cuenta de cuál es mi apreciación, digamos filosófico-educativa, sobre una excesiva idolatría a uno u otro, a unas herramientas o recursos o a otros.
El texto de más abajo no es sino uno de mis trabajos en este curso. Reiterando mi convencimiento personal y profesional hacia las TIC, quizá por mi carácter minucioso y observador me doy cuenta que siempre acabo en el punto de partida. Creo que el curso me está dando razones más que suficientes para convencerme más de ello. 
Abundando en mi gusto por lanzar mis propias etiquetas, quizá a esta reflexión la venga muy bien "La pescadilla que se muerde la cola".

Como ya he manifestado durante este curso en diversas ocasiones (foros, videoconferencias...), me considero un profesor profundamente interesado en la presencia de las TIC en nuestras aulas (de otra manera no tendría sentido mi asistencia a este curso) pero, al mismo tiempo, puedo autocalificarme de escéptico ante la excesiva confianza en sus bondades académicas.
Por tratar de explicarme, diré que no creo que las TIC sean ni vayan a ser sustitutivos de otras formas más tradicionales de aprendizaje y socialización, sino que van a seer (y ya lo son) revulsivos de las mismas. No seré yo quien niegue que las cosas en nuestras aulas, y en nuestra sociedad, no son igual que hace unos pocos años.

En ese sentido retomo mi comentario de introducción de este trabajo. Ciertamente, el ser humano lleva miles de años transmitiendo a sus nuevas y sucesivas generaciones aquello que entendemos por cultura de diversos modos, esencialmente el oral y el imitativo manual. La escuela solamente cuenta, en el mejor de los casos, dos siglos y, en algunos lugares, desgraciadamente ni ha llegado a estar presente todavía.
Los entornos expuestos por Echeverría son los propios de la misma evolución social humana. El punto de partida sería el grupo humano que transmite sus saberes para su propia subsistencia sin necesidad de terceros elementos es decir, cada miembro adulto, sabio, de la comunidad se encarga de transmitir sus logros y saberes al igual que se transmiten genéticamente las características morfológicas y atávicas de la comunidad en beneficio de la misma.
A medida que el grupo, la sociedad, se torna más compleja, también lo son esos saberes necesarios, lo que obliga a la aparición de la escuela. Pero, más que por la complejidad del saber, o además de eso, por la dificultad del adulto de hacerse cargo del niño y su educación. Eso todavía es una característica de nuestra sociedad actual. ¿Escuela o guardería? Este es otro interesante debate que no nos atañe ahora.

Un tercer momento sería la vertiginosa sociedad y tiempo que nos toca vivir en la que las nuevas actitudes y tecnologías suscitan unas nuevas formas de interacción que quizá nos desborden por lo rápidas y constantemente cambiantes.
Las tesis de Fernández Enguita complementan y se superponen a la perfección a estos tres entornos descritos ya que inciden sobre lo que realmente tiene de históricamente o generacionalmente cambiante el proceso educativo. Creo que Enguita da en el clavo sobre lo que los docentes “a pie de obra” como yo percibimos día a día: los cambios vertiginosos que nos obligan a reestructurar nuestras ideas previas y a acomodar constantemente nuevas formas de actuar, comprender y aprender, no solo de nuestros alumnos, sino de nosotros mismos.
Ciertamente es lo que, particularmente, me produce vértigo, ya que por mi edad pertenezco a la era de los cambios intergeneracionales, cosa que ya me parecía revolucionaria. Ahora soy un docente que debe entender y observar los cambios intergeneracionales, constatando que nuestras formas de enseñar, de programar, de aplicar recursos... van cambiando y quedando obsoletas con alumnos que solamente se diferencian en unos cuantos años de vida.
Pero no quiero acabar este pequeño ensayo (reflexión más bien) sin retomar el principio del mismo. Esta sociedad cambiante casi al minuto provoca esos cambios intergeneracionales descritos por Fernández Enguita, en buena medida por la interacción de las tecnologías de la información en las que cada uno de nosotros, los ciudadanos, con un dispositivo simple como un smartphone, se convierte en investigador, periodista, escritor, editor, etc., obligando a la tribu, la sociedad, a asimilar y acomodar tal cantidad de información que va a cambiar sus esquemas constantemente.

¿Es el final de la escuela? ¿No necesitamos esta institución anclada en lo supra o intergeneracional? ¿Qué necesidad hay de ella teniendo el mundo pasado y futuro en un pequeño dispositivo de 12 x 8cm?
Estas son las cuestiones que los detractores de la escuela plantearían pero que yo, volviendo al principio de este trabajo, esgrimo precisamente como pruebas de su necesidad. ¿Realmente creemos que los miembros más jóvenes de la tribu, especialmente los niños, no necesitan una adecuada guía para no perderse en este inmenso océano de información, estímulos y conocimientos, muchas veces contradictorios, malintencionados o, sencillamente, falsos?
La tarea que tenemos los docentes actuales y, especialmente, los futuros es titánica: lograr seleccionar, asimilar y acomodar una cantidad de información imposible de catalogar y que de un día para otro ha sido modificada, ampliada, superada, desmentida o, lo que es peor, confirmada.

Esta es la auténtica necesidad de la escuela, más necesaria que nunca pero más exigente que ayer. Y nosotros, como docentes, ¿estamos preparados para ello?

A partir de aquí creo que es donde comienza el debate.