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domingo, 26 de enero de 2014

MÓDULO 2, UNIDAD 1, ACTIVIDAD 1: REFLEXIÓN FINAL DE MI MAPA CONCEPTUAL.

Si ha llegado aquí a través del enlace en mi mapa conceptual sobre los paradigmas educativos quizá se haya dado cuenta de cuál es mi apreciación, digamos filosófico-educativa, sobre una excesiva idolatría a uno u otro, a unas herramientas o recursos o a otros.
El texto de más abajo no es sino uno de mis trabajos en este curso. Reiterando mi convencimiento personal y profesional hacia las TIC, quizá por mi carácter minucioso y observador me doy cuenta que siempre acabo en el punto de partida. Creo que el curso me está dando razones más que suficientes para convencerme más de ello. 
Abundando en mi gusto por lanzar mis propias etiquetas, quizá a esta reflexión la venga muy bien "La pescadilla que se muerde la cola".

Como ya he manifestado durante este curso en diversas ocasiones (foros, videoconferencias...), me considero un profesor profundamente interesado en la presencia de las TIC en nuestras aulas (de otra manera no tendría sentido mi asistencia a este curso) pero, al mismo tiempo, puedo autocalificarme de escéptico ante la excesiva confianza en sus bondades académicas.
Por tratar de explicarme, diré que no creo que las TIC sean ni vayan a ser sustitutivos de otras formas más tradicionales de aprendizaje y socialización, sino que van a seer (y ya lo son) revulsivos de las mismas. No seré yo quien niegue que las cosas en nuestras aulas, y en nuestra sociedad, no son igual que hace unos pocos años.

En ese sentido retomo mi comentario de introducción de este trabajo. Ciertamente, el ser humano lleva miles de años transmitiendo a sus nuevas y sucesivas generaciones aquello que entendemos por cultura de diversos modos, esencialmente el oral y el imitativo manual. La escuela solamente cuenta, en el mejor de los casos, dos siglos y, en algunos lugares, desgraciadamente ni ha llegado a estar presente todavía.
Los entornos expuestos por Echeverría son los propios de la misma evolución social humana. El punto de partida sería el grupo humano que transmite sus saberes para su propia subsistencia sin necesidad de terceros elementos es decir, cada miembro adulto, sabio, de la comunidad se encarga de transmitir sus logros y saberes al igual que se transmiten genéticamente las características morfológicas y atávicas de la comunidad en beneficio de la misma.
A medida que el grupo, la sociedad, se torna más compleja, también lo son esos saberes necesarios, lo que obliga a la aparición de la escuela. Pero, más que por la complejidad del saber, o además de eso, por la dificultad del adulto de hacerse cargo del niño y su educación. Eso todavía es una característica de nuestra sociedad actual. ¿Escuela o guardería? Este es otro interesante debate que no nos atañe ahora.

Un tercer momento sería la vertiginosa sociedad y tiempo que nos toca vivir en la que las nuevas actitudes y tecnologías suscitan unas nuevas formas de interacción que quizá nos desborden por lo rápidas y constantemente cambiantes.
Las tesis de Fernández Enguita complementan y se superponen a la perfección a estos tres entornos descritos ya que inciden sobre lo que realmente tiene de históricamente o generacionalmente cambiante el proceso educativo. Creo que Enguita da en el clavo sobre lo que los docentes “a pie de obra” como yo percibimos día a día: los cambios vertiginosos que nos obligan a reestructurar nuestras ideas previas y a acomodar constantemente nuevas formas de actuar, comprender y aprender, no solo de nuestros alumnos, sino de nosotros mismos.
Ciertamente es lo que, particularmente, me produce vértigo, ya que por mi edad pertenezco a la era de los cambios intergeneracionales, cosa que ya me parecía revolucionaria. Ahora soy un docente que debe entender y observar los cambios intergeneracionales, constatando que nuestras formas de enseñar, de programar, de aplicar recursos... van cambiando y quedando obsoletas con alumnos que solamente se diferencian en unos cuantos años de vida.
Pero no quiero acabar este pequeño ensayo (reflexión más bien) sin retomar el principio del mismo. Esta sociedad cambiante casi al minuto provoca esos cambios intergeneracionales descritos por Fernández Enguita, en buena medida por la interacción de las tecnologías de la información en las que cada uno de nosotros, los ciudadanos, con un dispositivo simple como un smartphone, se convierte en investigador, periodista, escritor, editor, etc., obligando a la tribu, la sociedad, a asimilar y acomodar tal cantidad de información que va a cambiar sus esquemas constantemente.

¿Es el final de la escuela? ¿No necesitamos esta institución anclada en lo supra o intergeneracional? ¿Qué necesidad hay de ella teniendo el mundo pasado y futuro en un pequeño dispositivo de 12 x 8cm?
Estas son las cuestiones que los detractores de la escuela plantearían pero que yo, volviendo al principio de este trabajo, esgrimo precisamente como pruebas de su necesidad. ¿Realmente creemos que los miembros más jóvenes de la tribu, especialmente los niños, no necesitan una adecuada guía para no perderse en este inmenso océano de información, estímulos y conocimientos, muchas veces contradictorios, malintencionados o, sencillamente, falsos?
La tarea que tenemos los docentes actuales y, especialmente, los futuros es titánica: lograr seleccionar, asimilar y acomodar una cantidad de información imposible de catalogar y que de un día para otro ha sido modificada, ampliada, superada, desmentida o, lo que es peor, confirmada.

Esta es la auténtica necesidad de la escuela, más necesaria que nunca pero más exigente que ayer. Y nosotros, como docentes, ¿estamos preparados para ello?

A partir de aquí creo que es donde comienza el debate.

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